viernes, 25 de septiembre de 2015

Pasaba los 80, y miraba sus manos, ahora grotescas, sin reconocerlas.
Esos dedos finos y ágiles, que tantas veces entrelazaron el amor,
temblaban con los recuerdos.
Su cuerpo ajado, ignoto, arrastraba huellas de noches luminosas y de
desengaños. Sus pasiones son revividas con amargura, como si el
tiempo hubiera transformado sus emociones en un sainete.
En ése cosmos de la vejez, en el que se siente extraño, busca desesperado
una mirada encendida. Su piel no le engaña pero su corazón late adolescente.
Frente al espejo, retira una lágrima y, en estado mediúmnico,
vuelve a ver sus ojos…
Ella no le ha olvidado.

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