Hojas secas
El silencio es un rugiente martillo de seda,
una guitarra que mira con sus ojos huecos.
Cierro la puerta del recuerdo.
Destierro para mi destino.
Aquí yace una mujer de confesada herida.
Nadie quiere mis huesos
cuando te sueño en versos doloridos.
Te reconstruyo miembro a miembro.
Y mi zozobra se ahoga en tu vientre pretencioso.
Un aroma de jazmín se reconoce entre mis dedos
abiertos antes a los milagros
cuando la tierra ofrecía pruebas
que vencía ligera a lomos de tus labios.
No soy, sin embargo, en la vigilia
más que una arrugada margarita
en manos de un soberbio.
Me alimento de hojas secas,
cientos de esqueletos que cubren de yesca
la frescura del deseo.
La vida no es sino apetencia
que busca apoyar su hombro
en una nueva alegría.
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