Desde mi corazón
sube sin permiso un grito púrpura
de heridas trasnochadas.
Ya no me defiendo.
Apenas detiene un latido
que cruje tímido
como el viejo sonido de un campanario.
Un olor a polvo del camino y frutos marchitos
se sumerge en la piel
de mis párpados.
Y no me defiendo.
Hace tiempo que mi mirada
recorre la luna
como el vuelo ligero de un pájaro.
Tengo los senos estrellados,
el resplandor de los jazmines en el pelo
y la brisa de una boca
que me espera en el beso.
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