Tu cuerpo
Es la plaza de abastos donde habito.
Con las yemas de mis dedos acaricio la textura firme del apio que, en ramillete, se doblega lánguido a la mirada.
Recorro descalza, palmo a palmo, todas las calles de sabores. Pruebo la madura carnosidad del mango. Pero no tiene el azúcar de tu aliento.
Tengo hambre ancestral. Escarbo entre los puestos.
Mordisqueo la jugosidad de la sandía y su esencia cae en gotas avergonzadas sobre mi pecho que, estéril, las engulle.
Los vendedores me reclaman gritando los nombres de las frutas más exóticas: ¡durián , pitaya, tamarindo, tuna! Han apostado que uno de estos días alguno encontrará el género que me colme.
Les saco la lengua agradecida y chupo el jugo de una papaya injertada, bautizada con tu nombre.
Todo y nada me sabe a tí.
Les saco la lengua agradecida y chupo el jugo de una papaya injertada, bautizada con tu nombre.
Todo y nada me sabe a tí.
Mil plantas aromáticas desafían exultantes aquellas noches de invierno. Corro de puntillas , esperanzada, entre la hierbabuena, la albahaca, el tomillo y la canela.
Y sí, en ellas reconozco matices de tu boca, de tus manos, de tu ombligo y hasta de tus piernas. Ésas que huelen a arroz con leche de mi madre; ésas que se cruzan ansiosas hacia la mejor de las muertes cuando los ojos húmedos no entienden lo inevitable.
Es tu cuerpo, amor, sólo tu cuerpo, la hierba medicinal que no encuentro. El ungüento milagroso que empapa de azul las raíces de mis caderas.
Mañana, vuelvo al mercado. Por si acaso.
Mañana, vuelvo al mercado. Por si acaso.
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