El velador de sueños
Amaba pocas cosas.
Amaba pocas cosas.
Velar la noche de los corazones amortajados y
de los mares secos; pisar descalzo la calle muda
y sortear la sombra de los pasos al atardecer.
Vivir liviano, sin ecos.
Sepultar la huella del abismo de un fracaso y
empapar las capas de lluvia de la mirada errante.
Juntar las manos y detener el péndulo que, insistente,
mide el tiempo del adiós.
Naufragar sin agua, amar sin muerte, sin dudas.
Y a ratos, sólo de vez en cuando, recoger la esperanza
en una urna.
Y empezar de nuevo.
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