sábado, 30 de julio de 2016



La playa en la que me tiendo
tiene la medida de su piel.
La arena, tímida, juega a esconderse entre mis pies
y un soplo de Levante murmura
con su último aliento:
deja que te mire despacio...
Cae la tarde impotente
en busca de los besos que no dí,
y la tarde se vuelve helada
como un rictus.
Calla el ocaso su luz de cascada
y tan solo el ángulo moldeado
de mi cintura sostiene
el hilo rojo de la vida.
Soy el mundo
sin aristas ni pliegues.
Huye la tristeza del viento
si me tiendo en esta playa
que finge, como yo,
ser libre.
Hemos desaprendido todo,
menos a amar.
Llega la marea
con su cruel sentencia
de humedad ausente.
Nos separa un océano.

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