Llegas tú
tarde de estío
y te detienes amante
en la espesura de mis pupilas.
En la belleza perezosa de tu muerte
mis miedos se hacen cobardes.
De tu cuello a tu pecho
se arrulla mi pelo
en la tibieza crepuscular
de tus hombros.
Tan pequeña en tu regazo
Y tan grande
frente a la multitud domesticada.
Llegas tú
tarde de estío
sin huesos ni derrotas
sublevando mi carne.
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